jueves, 11 de julio de 2013

On 17:20 by Unknown   1 comment
Párate frente a un espejo y observa tu cuerpo. Descríbelo.


 Imagen cortesía de Ambro /FreeDigitalPhotos.net
¿Cuántas de tus 'descripciones' fueron simples observaciones y cuántas fueron juicios o interpretaciones? Puedes distinguir la diferencia entre una y otra si notas tus sentimientos hacia cada item que 'describiste'.

Si te sentiste bien o mal sobre un item en particular, es probable que estabas juzgándolo en base a una idea preconcebida de cómo debería ser.

Por otro lado, si te sentiste intrigada por algo en particular, si era tan nuevo para ti que todavía no tenías una categoría en la cual meterlo, probablemente estabas simplemente observando, percibiendo. Claro, todo tu sistema estaba simultáneamente tratando de encasillarlo en alguna definición, para que la vida vuelva a ser estable y cómoda y predecible una vez más (esto de estar en el presente sin categorías es muy aterrador) y de esa forma puedas continuar con lo que fuese que tu pensabas era realmente importante para tu felicidad.

Esos instantes de percepción pura son invaluables si aprendes a atraparlos.

A mi me ha pasado de encontrármelos cuando capté la imagen de mí misma en un espejo que no sabía estaba allí. Me he preguntado entonces "¿Quién es esa mujer del otro lado del salón?", y recién al rato darme cuenta que era mi propio reflejo en el espejo. También me ha ocurrido de entrar a alguna casa que tiene una pared que es todo espejo y he tratado de pasar por el costado de una señora que viene en dirección a mí. Por un instante no es a mí misma que veo, es alguien nuevo, no categorizado. Pronto me enfado con esta mujer indecisa (juicios, juicios) que no me deja pasar y parece tan enojada ella, tan confundida... y luego las dos nos reímos a carcajadas de nosotras mismas.

Un espejo es un antagonista que nos muestra a nosotros mismos, tal y cual somos. Esto puede ser más que nada intrigante en vez de terrible o genial; somos un misterio para nosotros mismos si nos tomamos el tiempo de observarnos.

Generalmente estamos tan llenos de ideas sobre lo que somos, y lo que deberíamos ser, que no podemos ver la imagen en el espejo por lo que es: una imagen, una fotografía, una faceta de la realidad. Y cuando sí la vemos, de todas formas nos apresuramos a asumir cosas sobre ella y actuamos en base a esos presupuestos.

Ayer me tomé un instante para mirarme en mi espejo interno.

Hace una semana que estoy cargando con un ataque de tensión muscular en la espalda, algo que como profesora de Técnica Alexander a veces me creo que no debería tener... jamás. Gran error. Allí está y no parece querer irse pronto, sin importar cuánto trabaje sobre mí misma, cuantas horas de semi-supina realice, cuántas compresas calientes le ponga, masajes le haga, descanso le otorgue.

En medio de esta cacería desenfrenada del síntoma, me tomé un instante para mirarme en mi espejo interno. Esta es la conversación que ocurrió:

Yo: Me siento frustrada, porque tengo este dolor en la espalda y estoy pensando que no debería estar ya más allí. ¿Podrías reflejarme lo que me oíste decir?

Espejo-Interno: Crees que estás con dolor y tienes miedo de que no se vaya. ¿Es eso verdad?

Yo: No lo sé. Me siento incómoda sin duda, y eso me molesta, enoja, deprime. 

Espejo-Interno: Estás creyendo que tu incomodidad es algo malo. ¿Es eso verdad?

Yo: No lo sé. Podría ser parte de un proceso de sanación. ¡Yo qué sé!

Espejo-Interno: ¿Qué te está generando mayor malestar, tu tensión de espalda, o tus ideas sobre lo que crees significa esa tensión?

Yo: Buen punto. Gracias.

En conclusión, todavía me duele un poco la espalda, pero ya no me preocupa tanto. Estoy tomando todas las medidas necesarias para asegurarme la recuperación (esto me da paz mental), pero estoy dejando que los resultados vengan a su debido tiempo y de la forma que sea.

En los hechos, mi tensión de espalda pasó a ser algo intrigante...  ¿qué la ocasionó? ¿de dónde viene? ¿a dónde va? ¿estaba ahí antes y no lo había notado? 

Las clases de Técnica Alexander son un reflejo de este proceso. Las manos del profesor actúan como un espejo sensorial en el que tus patrones de tensión muscular habitual se vuelven evidentes. Si cuando esto ocurre, te tomas el tiempo de sentirte intrigada en vez de alarmada, enojada o molesta, un mundo entero de posibilidades se abre ante ti.

Y el viaje no tiene comienzo ni fin, ya que no somo sino imágenes reflejadas de lo eterno. O, como dice el poeta William Blake:

Ver un mundo en un grano de arena,
y un cielo en una flor silvestre,
sostener el infinito en la palma de la mano,
y la eternidad en una hora.

1 comentario:

  1. Mil gracias Victoria por tus tan honestas y sabias reflexiones que nos ayudan a pensar sobre nosotros mismos, en tanto docentes de Alexander. Abrazos, mar pilar

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