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martes, 2 de junio de 2015


Casi 10 años después de terminar mi primera carrera universitaria en teatro en los EE.UU., me encuentro otra vez atravesando la peripecia de 4 años (o más) que es conseguir un segundo título aquí en Uruguay, aunque esta vez en un campo completamente diferente (fisioterapia).

En esos 10 años intermedios tampoco estuve ociosa de estudio. Entre el 2009 y el 2011 hice mi formación como profesora de Técnica Alexander, y en el 2013 me formé como instructora de Pilates Mat.

Por tanto, creo que aprendí alguna cosa que otra sobre ser estudiante… y los efectos que esto tiene sobre uno. También aprendí que tiendo a olvidarme de lo que sé si no me lo recuerdo cada tanto.

Y es por eso que estoy anotándome estas perlitas de “sabiduría” estudiantil. Estos son mis 5 recordatorios clave para la supervivencia psicofísica y el disfrute como estudiante. Estas 5 claves me han salvado el pato varias veces en 15 años de estudio en diferentes países, contextos (tanto públicos como privados), distintos modos de enseñanza y aprendizaje, en grupos de diversos tamaños y contando con recursos variados (o nulos). Me han servido tanto en cursos largos de entrenamiento, talleres de formación, y en cortas clases puntuales.

1. Encontrá tu “por qué” para canalizar tu energía y mantenerte en carrera.
Tu “por qué” es tu razón de ser, tu llamado, eso que te eriza la piel, te ilumina los ojos y te hace sonreír el alma. Ser estudiante no es fácil, especialmente cuando además tenés que hacer malabarismos con tu vida laboral y familiar para que no se te caiga ninguna pelota. Cuando la cosa se pone brava y estás tentado de mandar todo el cuerno, tu “por qué” estás estudiando otra vez te ayudará a no tirar la toalla en seguida.

2. Hacé las paces con como son las cosas para economizar tu energía y mantenerte cuerdo.
Las situaciones y contextos de aprendizaje nunca son 100% ideales; algunos (cuando no varios) factores generalmente no son lo que esperabas. Por eso tenés que tener muy claro lo que querés llevarte de la situación, por qué elegiste esa institución, profesor, lugar (o lo que sea), y usar esa claridad para separa la paja del trigo. Una vez que aceptaste entrar en esa situación de aprendizaje en particular no pierdas tiempo y energía en cosas que no te acercan a tu objetivo original (como ser quejarte que las cosas no son ideales).

3. Conocé tus patrones habituales para evitar perder energía y salirte del camino hacia tu objetivo.
Todos tenemos nuestros “personajes estudiantiles”. Diferentes escenarios (grupos de estudio, exámenes, clases individuales, etc.) gatillarán reacciones psicofísicas completas, y si no tenés cuidado, te podés encontrar actuando como tu versión adolescente-liceal. Conocete y estate preparado para inhibir tu impulso de “ser cool” o “ser perfecto” (o lo que sea) y dirigir tu energía hacia acciones que se alínean más con tu objetivo principal y la persona que hoy sos.

4. Vaciá tu copa si querés probar el vino del profe.
Si hace rato que andás por este mundo seguro ya tanés un montón de ideas sobre cómo son las cosas (o cómo deberían ser). El problema es que si estás tan repleto de tu propio vino, nunca podrás probar el de tu vecino. Por eso, sin importar cuánto creés saber sobre el tema en discusión, no pelees al profesor (a no ser, claro, que el profesor te esté atacando directamente). Acordate, fuiste TÚ quien eligió aprender con este profe, y no el profe el que te eligió a ti como alumno. Así que se humilde y escuchá lo que el profe tiene para decir. Tratá de comprender su punto de vista, sus razones para pensar como piensa, por qué, cómo y cuándo funciona lo que te está enseñando, y cómo se relaciona todo esto con lo que tú ya creés saber del asunto.

5. Involucrate psicofísicamente para lograr tu propia síntesis.

Aprender es simultáneamente algo sensual, emocional, social y mental. Para sacarle el mayor jugo posible a tus aprendizajes zambullite con todo tu ser en el tema, metete psicofísica y socialmente, buscá dónde resuena contigo hasta lo que más te aburre. Y luego de esta inmersión total, tomate el tiempo para hacer tu propia síntesis, hacete tu propio mapa del tema. Solo así se volverá parte integral de ti.

viernes, 28 de marzo de 2014

On 8:17 by Unknown in ,    No comments
Cuando te embarcás en un cambio (o sea, en cualquier proceso de aprendizaje) estás dando un salto a lo desconocido. Te metés en territorio nuevo, donde no tenés un trillo marcado para seguir. Como dice el poema y la canción, “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
El problema es que, muchas veces, esto da miedito. ¿Para dónde arranco? ¿Cuál es el camino más corto a mi destino? ¿Y el más seguro? ¿Qué monstruos y dragones me encontraré por acá?
A veces tenés brújula y mapa, pero eso nunca es lo mismo que conocer el territorio. Y a veces, simplemente, estar sola en ese lugar tan vasto y desolado te puede quitar las ganas de seguir adelante… Y te das media vuelta y volvés a tu lugar de siempre; para vivir con la eterna pregunta “¿Qué hubiese sido si me hubiese animado a caminar ese cambio?”
No desesperes. Siempre se puede retomar el camino, no importa el momento.  Lo que necesitás es un guía; alguien que ya conozca el lugar y te pueda acompañar y presentar el territorio y a sus habitantes… hasta que agarres viento en la camiseta y te animes a recorrer y descubrir nuevos caminos por ti misma.
La pregunta ahora es: ¿cómo elegir un buen guía?

A veces no tenés mucha opción porque conocés sólo un habitante del lugar, y no te queda otra que aceptar su guía o caminar sola (y a veces más vale estar sola, que mal acompañada).
Otras veces hay tantos guías disponibles que no sabés cuál elegir, ni con qué criterio. Todos te ofrecen algo interesante. ¿Cuál es la mejor opción para ti? 
Elegir un buen guía puede hacerte toda la diferencia al momento de disfrutar el proceso de cambio. Un buen guía no es necesariamente el que sabe más del territorio en sí mismo (aunque eso ayuda), sino quizás el que sabe más sobre cómo adaptarse a los cambios en el nuevo territorio, y por ende te puede mostrar y modelar el proceso que tenés que seguir. Porque no es cuestión de que te den pescado, sino que te enseñen a pescar.
Aunque es imposible ser infalible en la elección, te voy a pasar los 8 tips que yo más uso para reconocer a un buen guía. Usalo como checklist cuando vayas a elegir a cualquier maestro, profesor, gurú, líder, mentor, facilitador, coach o terapeuta; o sea, cualquier persona que te va a mostrar cómo empezar a recorrer un nuevo territorio.
1) A su lado te sentís segura. Si estamos en una reacción de alerta no podemos absorber nuevo material, nuestro foco es sólo uno: sobrevivir. Poderte sentir segura tiene mucho que ver con tu capacidad de auto-regularte, y el guía puede ayudarte en eso cuando él tiene esa capacidad desarrollada en sí mismo.
Esta pauta es LA MÁS IMPORTANTE; todas las siguientes no sirven de nada si esta no se cumple. Es más, todas las siguientes pautas son distintas variables que te permiten sentirte segura al lado de tu guía.
2) Sabe escuchar. El guía puede que conozca todo el territorio y todos los caminos posibles, pero si no sabe escuchar lo que tú le estás pidiendo, te puede mandar para cualquier lado. Claro que es tú responsabilidad aclarar tu pregunta para recibir la respuesta más adecuada. Sin embargo, los mejores escuchas pueden incluso ayudarte a aclarar tu pregunta si ni tú sabés qué querés.
3) Sabe un poco más que tú del territorio. No necesita ser un experto. A veces no necesita más que estar un paso adelante tuyo, para así dejar una huella que te marca tu próximo paso a dar.
4) Te explica de forma clara. Es importante que pueda explicarte el siguiente paso en una forma que tú puedas entender y que atrape tu atención. Todos aprendemos de diferentes maneras, y un buen guía sabe adaptar su explicación a la tuya.
5) Te gustan sus fundamentos. Todo guía se basa en principios o creencias fundamentales que subyacen a sus explicaciones y métodos concretos. Para disfrutar del camino que propone es importante que resuenes con esa filosofía.
6) Actúa y vive en coherencia con lo que enseña. De nada te sirve un guía que sólo conoce la teoría del problema y su solución. Tiene que caminar el camino también; sólo así podrá comprender a lo que te enfrentás en cada paso del cambio.
7) Asume su rol. Esto significa que es consciente de su lugar y actúa en consecuencia, asumiendo las responsabilidades que vienen con el rol. Su visión de lo que esto implica va a estar basada en sus principios (ítem 4).
8) Es flexible y humilde. A medida que avanzás en el camino, vas a empezar a adquirir ideas propias sobre por dónde y cómo querés caminar. Un guía flexible te permite expresar tu curiosidad y te apoya en tus exploraciones. Un guía humilde sabe cuándo tus preguntas, intereses o necesidades sobrepasan su conocimiento o serían mejor satisfechas por otro guía. El mejor guía es el que entonces te deja volar sin restricciones, con su bendición y con alegría de haber cumplido su misión contigo.
En resumen, cuando elijas un guía asegurate que a su lado sentís que podrás desplegar todo tu potencial. Todos somos diferentes y nos dan seguridad diferentes cosas, por lo que no hay un único mejor guía para todo el mundo. La guía suprema está dentro tuyo, es esa voz que te dice “seguí por un rato a esta persona, tiene la próxima pieza del puzle que necesitás para seguir”.
Y es que ni siquiera un buen guía externo puede asegurarte el éxito. Si no te la jugás tú a caminar un poco sola, al menos las partes ya caminadas para habituar los nuevos patrones, nunca serás realmente libre en el nuevo territorio. En un guía no estás buscando una muleta de por vida, ¡lo que buscás es un trampolín!
¿Cómo logramos la libertad en el nuevo territorio?
En el próximo blog vamos a explorar las 3 formas básicas de hacer del nuevo territorio tu casa:
1. El rol del guía (empujar los límites de lo conocido)
2. El rol del grupo de práctica (practicar herramientas para vivir en el nuevo espacio conquistado)

3. El rol de la práctica individual (afianzar lo conquistado y dar nacimiento a nuevas preguntas que llevan a nuevos descubrimientos)
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image credit: Pixabay