lunes, 29 de julio de 2013

On 13:29 by Unknown in    No comments
Este mes de julio estuve escribiendo mucho sobre los espejos en la Técnica Alexander. Los espejos para mí son herramientas invalorables si sabemos utilizarlos. Un espejo no es sólo el vidrio reflectivo que nos da información visual; un espejo (para mí) es todo aquello que nos devuelve información sensorial sobre nosotros mismos, por cualquiera de nuestros sentidos. La utilidad de esa información dependerá de cómo recibamos e interpretemos esa información sensorial.
Este blog de Robert Rickover de Nebraska, EE.UU. nos da otra mirada sobre el tema de los espejos. Además, es una excelente introducción a quién fue F.M. Alexander.

El artículo original en inglés lo encuentras en: http://www.bodylearningblog.com/narcissus-and-alexander-reflections-on-the-origins-of-the-alexander-technique/

Narciso y Alexander – Reflexiones sobre los orígenes de la Técnica Alexander
Estaba Narciso al costado del agradable estanque
Y agachándose, sació su sed, para encontrar
Dentro de su corazón una sed de otra índole…

Narciso el griego
Narciso era un joven griego de dieciséis años, excepcionalmente hermoso, duro y arrogante, que despreciaba a todos, incluyendo a la ninfa Eco que se había enamorado perdidamente de él. Pero Eco tuvo su venganza: un día Narciso se echó al costado de un estanque y, viendo su propio reflejo en las aguas, se fascinó tanto con su propia hermosura que se enamoró de sí mismo.
Narciso nunca descubrió que estaba tan sólo viendo un reflejo. Trató de asirlo y besarlo, pero naturalmente no le fue posible. Frustrado y atormentado por su objeto de deseo, se afligió y acongojó. Cuando vinieron sus dolientes a buscarlo, hasta su cuerpo había desaparecido. Todo lo que quedaba de él era una flor junto al estanque.
Esta es la primera reacción a verse reflejado en un espejo de la que se tiene registro - una historia bastante triste cómo mínimo. Pero ahora avancemos en el tiempo unos cuantos milenios y desplacemos nuestra atención desde la cuna de la civilización occidental a los confines del imperio británico de fines del siglo XIX. Ya que es en Australia donde se estaba dando un encuentro entre hombre y espejo de una índole muy distinta a la anterior. ¿Cómo es este encuentro en comparación con el triste cuento de Narciso?


Alexander el australiano
Frederick Matthias Alexander  era un joven de Tasmania, excepcionalmente talentoso, que paso gran cantidad de tiempo mirándose al espejo. Uno puede fácilmente imaginarse cómo se habrán preocupado sus amigos y colegas con su raro comportamiento: "Fred se las pasa parado ahí frente a ese maldito espejo por horas y horas. Ya ni se puede convencerlo de venir al bar a tomar una cerveza." "Lo sé. Ayer, cuando pasé por su apartamento, estaba teniendo una charla íntima con su reflejo. Ese problema con su voz se le ha trasladado a su cabeza."
was an exceptionally talented young man from Tasmania who spent a 
Alexander eventualmente dejó su espejo y su patria y se mudó a Inglaterra. Sin duda algunos de los que lo conocieron allí también lo consideraron un tanto extraño - raro pero inofensivo.Otros vieron el genio en el hombre y le adjudicaron gran valor a sus descubrimientos. Leyeron sus libros, se miraron atentamente en sus espejos, y contentos pagaron buena plata por clases de su Técnica. Algunos de ellos dedicaron sus vidas a continuar su trabajo. Este patrón se mantiene hoy en día, a casi sesenta años de la muerte de Alexander.
Narciso se volvió mundialmente famoso. Su historia es quizás la más conocida de todos los cuentos de la mitología de la Grecia Antigua y su nombre se volvió sinónimo de amor-propio y egocentrismo. Alexander, por el contrario, es aún relativamente desconocido, aunque su nombre se ha colado dentro del vocabulario de sus seguidores. Uno de sus primeros discípulos estadounidenses sugirió que el Presidente y todos los miembros del Parlamento deberían estar total y completamente "Alexandrizados" antes de asumir sus puestos. Los alumnos de su método a veces hablan de "hacer Alexander" y a veces se acusan entre sí de ser unos rígidos "Alexandroides".

A los profesores y alumnos de Técnica Alexander ocasionalmente se los acusa de narcisismo - cuando nuestro legítimo énfasis Alexandriano en prestarnos atención se vuelve un interés-propio obsesivo. Pero la mayoría del tiempo seguimos usando espejos, y otras herramientas de auto-observación, con discernimiento y raciocinio. Esto es algo que Narciso simplemente no fue capaz de hacer. Él se vio inundado por el amor-propio, y fue incapaz de usar sus facultades de discernimiento con su problema. "Ese pobre tipo simplemente no estaba en comunicación con su razón," podría haber dicho de él Alexander.

A diferencia de Narciso, que quería fundirse con su reflejo, Alexander usó su espejo como un medio para distanciarse de su apreciación sensorial engañosa. En su propia "historia de la creación" - capítulo primero de El Uso de Sí Mismo - Alexander sistemáticamente pone en juego a su espejo a cada paso de su búsqueda. Mientras que Narciso perdió su forma humana y se transformó en flor, Alexander usó su reflejo para conseguir información certera sobre sí mismo, de forma de manifestar todo su potencial humano. De hecho, el espejo fue su herramienta principal para conocer la verdad sobre su comportamiento, y sobre la efectividad de sus intentos de realizar cambios útiles en su comportamiento.

Hasta donde sabemos, Alexander fue la primera persona en la historia en usar un espejo de esta manera. Cambió para siempre la relación entre hombre y espejo, y eso en sí mismo es algo sobre lo que relflexionar.

Notas:
La traducción del principio es de The Metamorphosis of Ovid – An English Translation, por A. E. Watts, University of California, Berkeley (1954)
La mayoría de las interpretaciones del mito de Narciso tratan a Narciso como una figura ilusa y trágica. Una muy diferente interpretación es esgrimida por Thomas Moore en su best-seller, Care of the Soul, Harper and Collins, New York (1992).
Una raconto fascinante de nuestra histórica relación con los espejos se da en The Mirror and Man por Benjamin Goldberg, University of Virginia Press, Charlottesville (1985) y en Coming to Our Senses, Morris Berman, Simon and Schuster, New York (1989).

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