miércoles, 7 de octubre de 2015
On 18:31 by Unknown in Lenguaje Corporal No comments
Hay días que ando con la espalda contracturada: el
cuello y los hombros duros. La situación se da generalmente cuando tengo
demasiadas cosas en el plato: trabajo, estudio, proyectos, clases. Es sumamente
frustrante no estar con la energía al 100% para disfrutar de todo.
En esos momentos lo que más quiero es tiempo y espacio
para mí; pero mi mente no es capaz de dármelos. A veces llego al agotamiento total
y me da fiebre.
Entonces me doy cuenta, que es mi cuerpo y no mi mente quien defiende mis verdaderos intereses.
Es el cuerpo el que me está diciendo, “Frená.” La contractura, la fiebre no son
mis enemigos; son el grito desesperado de un cuerpo que ya no sabe cómo llamar
mi atención. “Escuchame” parece gritar.
Y merece ser
escucharlo. Después de todo estamos juntos en este proyecto de llevar mi vida
adelante, y tenemos que cooperar.
Tuve que
aprender a parar; porque a las corridas y haciendo mil cosas a
las vez es imposible prestar verdadera atención. Tengo una mente hiper-activa,
super inquisitiva, “parar” no me es fácil. Pero se aprende. No soy una experta,
ni ahí, todavía me contracturo cada tanto.
Tuve que
cambiar también algunas ideas que tenía sobre mi cuerpo y cómo funciona.
Ni sabía que tenía esas ideas, porque son como la cultura: no se ve desde
adentro. Es más, muchas de esas ideas son culturales, responden a una manera de
concebir al cuerpo, propia de nuestro mundo occidental donde mente y cuerpo son
consideradas cosas separadas.
Por más que está re de moda esto de lo “psico-somático”
y la influencia que cuerpo tiene sobre mente y mente sobre cuerpo, creo que en
los hechos no somos realmente conscientes de cuán profunda es la simbiosis. Y
en la práctica seguimos poniendo mente sobre cuerpo, no nos tomamos en serio lo
que el cuerpo dice… es más no entendemos lo que dice porque lo interpretamos
desde nuestros preconceptos.
Aprender a
oír y entender lo que el cuerpo dice, es como aprender un nuevo idioma;
al principio no entendemos nada, es todo ruido y jeroglíficos. Pero con un poco
de ayuda, empezamos a comprender palabras, armar frases, conjugar verbos y
eventualmente charlar y escribir. Cuánto más te adentrás en esa nueva lengua,
empezás a captar las sutilezas, los doble-sentidos, a leer entre líneas.
¿Cómo se
desarrolla este primer paso de “escuchar” al cuerpo? Primero tengo que dejar de
hablar y hacer ruido con mi mente.
Nuestras
ideas sobre nuestro cuerpo mantienen un monólogo constante, inconsciente y ensordecedor.
Este monólogo le impone ciertas pautas de funcionamiento al cuerpo que poco
tienen que ver con la realidad funcional-anatómica del mismo.
Lo primero que aprendí fue a sacar a la luz estas
ideas y cotejarlas con la realidad. Me encontré con todo tipo de falacias y
sin-sentidos. Luego viene la parte más difícil de hacer solo: encontrar dónde
se está dando este monólogo mental.
¿Dónde estoy
hablando inconscientemente? Allí donde hay tensión muscular inconsciente. ¿Cómo reconocer lo que no siento? Encontré quien me ayude a callar la tensión por
un instante.
Ese instante de “silencio” de tensión es un bálsamo
para el alma, para el cuerpo y para la mente. Se abre una puerta a nuevas posibilidades.
Obviamente la tensión vuelve… callarme jamás ha sido
mi fuerte.
Pero ahora que soy
consciente de dónde se dan mis monólogos-de-tensión, sé a dónde ir a buscarlos.
Aprendí a encontrar los lugares donde tiendo a “gritar” mi monólogo, o sea donde
la comunicación con mi cuerpo está más interferida. Interesantemente, no son
los puntos obvios: cuello, espalda, hombros… estos resultaron ser tan sólo los
ecos de griteríos que se están dando en otras parte.
Aprender a
callar es un arte en sí mismo. Para muchos es todo lo que
necesitan y quieren: silencio, descanso, espacio; parar para callar y quedar
allí, sin pretensiones, sin expectativas, simplemente siendo. El diálogo con el
cuerpo vendrá luego, con el tiempo.
Conociéndome obviamente quise aprender a hablar
también, lo cual requirió primero aprender a “entender” lo que el cuerpo estaba
diciendo cuando yo callaba. Pero la historia de ese aprendizaje es material
para otro día.
Espero que te haya servido mi historia. Si te interesa probar esto de callar el
monólogo ensordecedor, escribime y arreglamos para que te lo muestre
personalmente. Es difícil transmitirlo por escrito.
Cuidate mucho.
Victoria
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