viernes, 14 de marzo de 2014
La Mala Postura es de esos males silenciosos, como el colesterol, o el mal aliento: no lo notás
hasta que se te vuelve un problema grave (una joroba, una hernia de disco, una
jaqueca funesta, una contractura de las que te dejan dura en cama).
Sólo te acordás que tenés mala postura cuando te ves en un espejo, cuando te duele la
espalda, o cuando una amiga, pareja, madre (o conocida desubicada) te dice,
“¡Ay nena! Tenés que hacer algo con esa postura. Si no, te va a salir una
joroba, como al camello.”
En esos momentos, y por un rato, hacés algo para
enmascarar el problema: Apretás la espalda para enderezarte (esto te dura hasta
que te duele o cansás); Salís a comprar una silla/cama/computadora ergonómica
(esto te dura un ratito, hasta que te las ingeniás para estar en la posición de
siempre arriba del aparato ergonómico); Googleás “ejercicios para corregir la postura”
(y los hacés, con suerte y viento a favor, una vez y nunca más).
Pero en el fondo, sabés que el tema de la postura no
es algo que podés solucionar con un parche. Tenés que tomártelo en serio… y es
eso lo que te da pereza. Hay que cambiar cosas… ¡ufa!
Te paso una buena noticia: Cambiar tu postura es simple y sumamente placentero.
Es simple porque el cambio fundamental ocurre en un
instante: de repente y sin hacer esfuerzos musculares estás más suelta, más
erguida, y sin dolor de espalda, se siente rarísimo pero muy placentero.
Te paso una mala noticia: Sostener ese cambio no es fácil.
Aprender a vivir desde ese nuevo lugar te lleva
tiempo, tenés que acostumbrarte a una nueva forma de estar, de ser, de
sentirte… y por más placentera que sea, no tenés ni idea cómo manejarte desde
esa nueva identidad (hasta puede parecerte que te van a mirar raro, y decirte,
“Che, qué cambiada que estás. ¿Sos la misma de siempre o andás
en algo?”)
¿Por qué?
La respuesta está en la
propia palabra “postura”.
La palabra postura
describe no sólo una forma física. Usamos la palabra postura también en frases como “¿cuál es tu postura con respecto a este tema?”.
En este caso la palabra postura no habla de espaldas derechas o encorvadas; habla del punto de vista de la persona… y tu punto
de vista surge de dónde (y cómo) estás parada (literal y metafóricamente). [Si te interesa el tema, chequeá
esta entrada sobre la postura
y el estado de ánimo, o esta sobre
el tema de las palabras y sus interpretaciones].
Por lo tanto, cuando
hablamos de “cambiar nuestra postura”
estamos hablando de cambiar no sólo nuestra apariencia física, sino que nos
estamos metiendo en el tema de cambiar
desde dónde y cómo encaramos la Vida.
En febrero di una serie de talleres de postura a un grupo muy variado de personas. En
el espacio de una hora y media, todos pudieron recorrer el camino desde su
postura habitual a una postura erguida y elegante, que no requería esfuerzo
muscular para sostener.
Sin embargo, sostener
en el tiempo esa muy disfrutable postura requiere de un cambio interno, un
cambio en la forma en que pensás sobre la postura. Y esa es la parte difícil
del cambio… sostener, hasta habituar, la nueva forma de pensar.
El cambio requiere energía,
y eso cansa. [En esta entrada exploro este tema de la fatiga del cambio].
El cambio requiere vivir
por un tiempo en desequilibrio, y eso da miedo. Es vivir por un tiempo sin conocer todas las reglas,
sin tener todas las respuestas. Esta situación no es eterna, pero al comienzo del
cambio sos una principiante, y sostener esa vulnerabilidad no es fácil. [Si te interesa, en esta entrada y en esta te cuento sobre mis
experiencias con este tema].
El cambio requiere aprender
a vivir desde el nuevo lugar en diferentes situaciones. Quizás podés sostener el cambio de punto de vista
mientras estás tranquila tomándote un té, durante tu clase de yoga, en la
caminata por la playa… pero… ¿y qué del momento cuando todo explota en el
laburo? ¿Y cuando tenés una discusión con tu pareja, tus hijos o una amiga? ¿Y
cuando tenés una entrevista, reunión o conferencia importante? ¿Y parada en 10
centímetros de taco durante una fiesta en la que no tenés dónde sentarte? [Mi consejo básico para
estos casos sigue siendo el de esta entrada, pero vamos a explorar cada uno de estos casos en futuros blogs.]
Es frustrante, lo sé. Ir de tu postura actual a tu mejor postura es tan simple como dar un
paso… pero ese paso es tan monumental en su poder de transformación que
quedamos paralizadas con el pie en el aire. Tenemos la herramienta y las
direcciones para cambiar, pero no nos animamos a empezar a caminar. Ya no
podemos volver atrás y hacernos las que no sabemos cómo cambiar, pero tenemos miedo a fracasar. En ese espacio que no
es ni acá ni allá aparecen las dudas: “¿Y si quedo rara? ¿Y si me critican? ¿Y si
lo estoy haciendo mal y me lastimo más? ¿Y si no me gusta en lo que me
transformo? ¿Y si trato y no me sale?”
¿Qué hacer entonces? ¿Con
qué brújula te orientás en este nuevo territorio?
Este blog ya está más que largo… exploremos estas
preguntas en el próximo.
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