jueves, 7 de abril de 2016
Cuando
algo me duele, un diagnóstico puede ser un arma de doble filo.
Saber
qué me pasa calma mi ansiedad; un ‘diagnóstico’ generalmente viene con un ‘tratamiento’.
Y aquí está el peligro… Si sigo el tratamiento, si corrijo lo que está mal, si
corrijo todas las partes, si encuentro la raíz del problema y la arreglo… ¿entonces
me voy a curar?
El
hecho es que nadie sabe. A veces me ‘curo’ (que en mi mundo significa que deja
de doler o molestar y que recupero la función perdida) y se lo adjudico al tratamiento.
Y a veces hago ‘todo bien’ e igual me
agarro una bursitis, me duele la rodilla, o se me irritan los ojos.
Un
problema crónico, no es una invitación a “tirar la chancleta, porque total…”. Es
una invitación a convivir con el lagarto, tenga el tamaño que tenga.
Aprender
a vivir con él lagarto cuando está grande y destructivo como Godzilla y a vivir
con él cuando está chico y manejable como Godzuki. Aprender a llevarla, a
manejarla, a crearme las mejores condiciones para que me limite lo menos
posible.
Pero
sin luchar por erradicarlo de por vida, porque lo que sí veo es que generalmente
tengo menos control sobre sus idas y venidas de lo que me gustaría.
Asumir
que no me puedo salir siempre con la mía, es asumir mis limitaciones, y es volverme
más humana.
En
suma, para algunas molestias, soy crónica. Hay días que me duele y he aprendido
a domar a Godzilla para que no destruya toda mi ciudad.
¿Qué
me ayuda a transformar a Godzilla en Godzuki?
Uso
el diagnóstico para saber cómo crear las mejores condiciones para que ello
ocurra (hay que ayudar la situación), confío (a veces no queda otra)… y trabajo
la paciencia (que nunca viene mal).
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