viernes, 28 de marzo de 2014
Cuando te embarcás en un cambio (o sea, en cualquier
proceso de aprendizaje) estás dando un
salto a lo desconocido. Te metés en territorio nuevo, donde no tenés un
trillo marcado para seguir. Como dice el poema y la canción, “Caminante no hay
camino, se hace camino al andar”.
El problema es que, muchas veces, esto da miedito. ¿Para dónde arranco?
¿Cuál es el camino más corto a mi destino? ¿Y el más seguro? ¿Qué monstruos y
dragones me encontraré por acá?
A veces tenés brújula y mapa, pero eso nunca
es lo mismo que conocer el
territorio. Y a veces, simplemente, estar sola en ese lugar tan vasto y
desolado te puede quitar las ganas de seguir adelante… Y te das media vuelta y
volvés a tu lugar de siempre; para vivir con la eterna pregunta “¿Qué hubiese
sido si me hubiese animado a caminar ese cambio?”
No desesperes. Siempre se
puede retomar el camino, no importa el momento. Lo que
necesitás es un guía; alguien que ya conozca el lugar y te pueda acompañar
y presentar el territorio y a sus habitantes… hasta que agarres viento en la
camiseta y te animes a recorrer y descubrir nuevos caminos por ti misma.
La pregunta ahora es: ¿cómo elegir un buen guía?
A veces no tenés mucha
opción porque conocés sólo un habitante del lugar, y no te queda otra que
aceptar su guía o caminar sola (y a veces más vale estar sola, que mal
acompañada).
Otras veces hay tantos
guías disponibles que no sabés cuál elegir, ni con qué criterio. Todos te
ofrecen algo interesante. ¿Cuál es la mejor opción para ti?
Elegir un buen guía puede hacerte toda la diferencia
al momento de disfrutar el proceso de cambio. Un buen guía no es
necesariamente el que sabe más del territorio en sí mismo (aunque eso ayuda),
sino quizás el que sabe más sobre cómo adaptarse a los cambios en el nuevo
territorio, y por ende te puede mostrar y modelar el proceso que tenés que
seguir. Porque no es cuestión de que te den pescado, sino que te enseñen a
pescar.
Aunque es imposible ser infalible
en la elección, te voy a pasar los 8
tips que yo más uso para reconocer a un buen guía. Usalo como checklist
cuando vayas a elegir a cualquier maestro, profesor, gurú, líder, mentor,
facilitador, coach o terapeuta; o sea, cualquier persona que te va a mostrar
cómo empezar a recorrer un nuevo territorio.
1) A su lado te
sentís segura. Si estamos en una reacción de alerta no podemos absorber
nuevo material, nuestro foco es sólo uno: sobrevivir. Poderte sentir segura
tiene mucho que ver con tu capacidad de auto-regularte, y el guía puede
ayudarte en eso cuando él tiene esa capacidad desarrollada en sí mismo.
Esta pauta es LA MÁS
IMPORTANTE; todas las siguientes no sirven de nada si esta no se cumple. Es
más, todas las siguientes pautas son distintas variables que te permiten
sentirte segura al lado de tu guía.
2) Sabe escuchar. El guía puede que conozca
todo el territorio y todos los caminos posibles, pero si no sabe escuchar lo
que tú le estás pidiendo, te puede mandar para cualquier lado. Claro que es tú
responsabilidad aclarar tu pregunta
para recibir la respuesta más adecuada. Sin embargo, los mejores escuchas pueden
incluso ayudarte a aclarar tu pregunta si ni tú sabés qué querés.
3) Sabe un poco más
que tú del territorio. No necesita ser un experto. A veces no necesita más
que estar un paso adelante tuyo, para así dejar una huella que te marca tu próximo
paso a dar.
4) Te explica de
forma clara. Es importante que pueda explicarte el siguiente paso en una
forma que tú puedas entender y que atrape tu atención. Todos aprendemos de
diferentes maneras, y un buen guía sabe adaptar su explicación a la tuya.
5) Te gustan sus fundamentos. Todo guía se basa en principios
o creencias fundamentales que subyacen a sus explicaciones y métodos concretos.
Para disfrutar del camino que propone es importante que resuenes con esa
filosofía.
6) Actúa y vive en coherencia con lo que enseña. De nada te sirve un guía
que sólo conoce la teoría del problema y su solución. Tiene que caminar el
camino también; sólo así podrá comprender a lo que te enfrentás en cada paso
del cambio.
7) Asume su rol. Esto significa que es
consciente de su lugar y actúa en consecuencia, asumiendo las responsabilidades
que vienen con el rol. Su visión de lo que esto implica va a estar basada en
sus principios (ítem 4).
8) Es flexible y humilde. A medida que avanzás en el
camino, vas a empezar a adquirir ideas propias sobre por dónde y cómo querés
caminar. Un guía flexible te permite expresar tu curiosidad y te apoya en tus
exploraciones. Un guía humilde sabe cuándo tus preguntas, intereses o
necesidades sobrepasan su conocimiento o serían mejor satisfechas por otro
guía. El mejor guía es el que entonces te deja volar sin restricciones, con su
bendición y con alegría de haber cumplido su misión contigo.
En
resumen, cuando elijas un guía asegurate que a su lado sentís que podrás
desplegar todo tu potencial. Todos somos diferentes y nos dan seguridad
diferentes cosas, por lo que no hay un único mejor guía para todo el mundo. La guía suprema está dentro tuyo, es
esa voz que te dice “seguí por un rato a esta persona, tiene la próxima pieza
del puzle que necesitás para seguir”.
Y es que ni siquiera un buen
guía externo puede asegurarte el éxito. Si
no te la jugás tú a caminar un poco sola, al menos las partes ya caminadas para
habituar los nuevos patrones, nunca serás realmente libre en el nuevo
territorio. En un guía no estás buscando una muleta de por vida, ¡lo que buscás
es un trampolín!
¿Cómo logramos la libertad en el nuevo territorio?
En el próximo blog vamos a
explorar las 3 formas básicas de hacer del nuevo territorio tu casa:
1. El rol del guía (empujar los límites de lo
conocido)
2. El rol del grupo de práctica (practicar herramientas
para vivir en el nuevo espacio conquistado)
3. El rol de la práctica individual (afianzar lo conquistado y
dar nacimiento a nuevas preguntas que llevan a nuevos descubrimientos)
--
image credit: Pixabay
viernes, 21 de marzo de 2014
En mi último blog planteé este
problema:
Ir de tu
postura actual a tu mejor postura es tan simple como dar un paso… pero ese paso
es tan monumental en su poder de transformación que quedamos paralizadas con el
pie en el aire.
¿Qué hacer
entonces?
Hoy te lo respondo:
Lo que
necesitás son 4 cosas básicas:
·
atención
·
una brújula
·
un mapa
·
un guía.
ATENCIÓN
Vivir desde una nueva postura (por más cómoda y
elegante que sea) es como mudarte de barrio. Al principio
estás un poco desorientada. Si no estás atenta mientras manejás tu auto del
laburo a tu casa, acabás en tu viejo barrio; por hábito, porque estás
acostumbrada a tomar el antiguo camino sin tener que pensar.
Ésta, aunque no lo parezca,
es la parte más difícil. Mientras
trabajamos con mis alumnos sobre su postura y movimiento, yo les recuerdo una y
otra vez antes de moverse que: 1) paren
(mantener la calma), 2) recuerden
su objetivo mayor (crear espacio para el movimiento), 3) aflojen la tensión habitual
en lugares clave (pies, isquiones, axilas, ojos, mandíbula). Recién entonces
comienza el movimiento, porque recién entonces estarán realmente atentos a lo
que ocurre en el camino.
UN MAPA
Si te mudaste a un nuevo barrio, vas a
necesitar una mínima noción del mapa del mismo. El mapa te permite saber dónde están los
lugares importantes para ti, y cuáles edificios o espacios pueden actuar como
mojones para orientarte.
En relación a tu postura, hay ciertas
estructuras óseas y zonas del cuerpo que vale la pena conocer y reconocer. Son
como mojones que te indican dónde están tus partes en relación a otras. Además
son zonas donde tiende a acumularse tensión sin que nos demos cuenta, afectando
terriblemente nuestras posibilidades de mantenernos erguidos con comodidad.
Las primeras que enseño a reconocer son:
-
los pies (tus dedos nacen de la mitad de tu planta,
soltalos desde ahí)
-
los isquiones (son los 2 huesitos sobre los que te
sentás, tienen que estar bien apoyados en la silla, y suave el espacio entre
ellos)
-
las axilas (es en verdad la articulación de tu
hombro, y necesita espacio. Chequeá esta entrada para
aprender a soltarla)
-
los ojos (recuperá tu mirada periférica, suavizá el
foco)
-
la mandíbula (nace justo delante de tu oído. Pensá en
soltar desde allí)
En próximos blogs voy a ir desarrollando
ejercicios para soltar cada una de esas partes. No te los pierdas.
UNA BRÚJULA
Si estás en un nuevo lugar, y querés ir de
tu casa al súper, tenés que saber en qué dirección está el súper. La brújula te
ayuda a definir la dirección que relaciona un punto con otro.
En relación a tu postura lo que necesitás
es aprender a percibir no sólo dónde está cada parte clave, sino sobre todo qué
relación de espacio hay entre ellas. A medida que aumenta tu reconocimiento del
espacio, aumenta tu sentido de la orientación en él, y podés reconocer las
direcciones de largo y ancho que unen los puntos clave.
UN GUÍA
Imaginate ahora que te mudaste al nuevo
barrio pero el mapa que te dieron está escrito en un idioma que no conocés y
que tu brújula (sin que lo sepas) está descalibrada. Ya
te mudaste, te gusta el nuevo barrio, pero no tenés ni idea cómo manejarte en
ese nuevo lugar. ¿Qué hacés
entonces?
Te buscás un vecino amigable, que hable tu
idioma y te pueda ayudar a navegar el nuevo lugar.
Un buen guía cumple funciones clave:
·
Te ayuda a reconocer mojones importantes del terreno para orientarte.
·
Puede darse cuenta que tu brújula está descalibrada, ayudarte a
ajustarla, y enseñarte a usarla.
·
Te da explicaciones claras y concretas sobre cómo llegar de un punto a
otro.
·
Si tu destino es imposible de explicar en palabras, te acompaña en el
trayecto para guiarte paso a paso. Y lo puede hacer varias veces, hasta que tú
te armás tu propio mapa mental del lugar, con tus propias referencias… Hasta
que un buen día te encontrás dando tú direcciones a algún nuevo vecino que se
mudó al barrio.
Lo mismo ocurre con un cambio de postura.
Es como estarte mudando a una nueva definición de ti. No es un lugar totalmente
desconocido, sigue siendo tu cuerpo (te mudaste de barrio, no de país ni de
planeta), pero se percibe lo suficientemente diferente y ajeno como para
tenerte desorientada por un rato. Lo que necesitás es poder recurrir
temporariamente a alguien que ya habita ese nuevo lugar al que te mudás.
En resumen, si estás con ganas de cambiar tu
postura, y hacer más elegante y disfrutable tu movimiento, vas a tener que
mudar ideas, aprender nuevas cosas sobre ti, y tener mucha paciencia contigo
misma, porque toda adaptación lleva tiempo.
No tenés por qué hacer esta transición
sola. El camino se disfruta mucho más acompañado. En ese nuevo lugar al que
querés ir, ya hay gente que puede ayudarte a instalarte más rápido en tu nueva
casa.
En el próximo blog, te voy a dar los tips
para reconocer y encontrar al vecino-guía ideal… porque no querés tocarle la puerta al
amargo del barrio en tu primer día y que te salga corriendo el perro.
¡Nos vemos!
viernes, 14 de marzo de 2014
La Mala Postura es de esos males silenciosos, como el colesterol, o el mal aliento: no lo notás
hasta que se te vuelve un problema grave (una joroba, una hernia de disco, una
jaqueca funesta, una contractura de las que te dejan dura en cama).
Sólo te acordás que tenés mala postura cuando te ves en un espejo, cuando te duele la
espalda, o cuando una amiga, pareja, madre (o conocida desubicada) te dice,
“¡Ay nena! Tenés que hacer algo con esa postura. Si no, te va a salir una
joroba, como al camello.”
En esos momentos, y por un rato, hacés algo para
enmascarar el problema: Apretás la espalda para enderezarte (esto te dura hasta
que te duele o cansás); Salís a comprar una silla/cama/computadora ergonómica
(esto te dura un ratito, hasta que te las ingeniás para estar en la posición de
siempre arriba del aparato ergonómico); Googleás “ejercicios para corregir la postura”
(y los hacés, con suerte y viento a favor, una vez y nunca más).
Pero en el fondo, sabés que el tema de la postura no
es algo que podés solucionar con un parche. Tenés que tomártelo en serio… y es
eso lo que te da pereza. Hay que cambiar cosas… ¡ufa!
Te paso una buena noticia: Cambiar tu postura es simple y sumamente placentero.
Es simple porque el cambio fundamental ocurre en un
instante: de repente y sin hacer esfuerzos musculares estás más suelta, más
erguida, y sin dolor de espalda, se siente rarísimo pero muy placentero.
Te paso una mala noticia: Sostener ese cambio no es fácil.
Aprender a vivir desde ese nuevo lugar te lleva
tiempo, tenés que acostumbrarte a una nueva forma de estar, de ser, de
sentirte… y por más placentera que sea, no tenés ni idea cómo manejarte desde
esa nueva identidad (hasta puede parecerte que te van a mirar raro, y decirte,
“Che, qué cambiada que estás. ¿Sos la misma de siempre o andás
en algo?”)
¿Por qué?
La respuesta está en la
propia palabra “postura”.
La palabra postura
describe no sólo una forma física. Usamos la palabra postura también en frases como “¿cuál es tu postura con respecto a este tema?”.
En este caso la palabra postura no habla de espaldas derechas o encorvadas; habla del punto de vista de la persona… y tu punto
de vista surge de dónde (y cómo) estás parada (literal y metafóricamente). [Si te interesa el tema, chequeá
esta entrada sobre la postura
y el estado de ánimo, o esta sobre
el tema de las palabras y sus interpretaciones].
Por lo tanto, cuando
hablamos de “cambiar nuestra postura”
estamos hablando de cambiar no sólo nuestra apariencia física, sino que nos
estamos metiendo en el tema de cambiar
desde dónde y cómo encaramos la Vida.
En febrero di una serie de talleres de postura a un grupo muy variado de personas. En
el espacio de una hora y media, todos pudieron recorrer el camino desde su
postura habitual a una postura erguida y elegante, que no requería esfuerzo
muscular para sostener.
Sin embargo, sostener
en el tiempo esa muy disfrutable postura requiere de un cambio interno, un
cambio en la forma en que pensás sobre la postura. Y esa es la parte difícil
del cambio… sostener, hasta habituar, la nueva forma de pensar.
El cambio requiere energía,
y eso cansa. [En esta entrada exploro este tema de la fatiga del cambio].
El cambio requiere vivir
por un tiempo en desequilibrio, y eso da miedo. Es vivir por un tiempo sin conocer todas las reglas,
sin tener todas las respuestas. Esta situación no es eterna, pero al comienzo del
cambio sos una principiante, y sostener esa vulnerabilidad no es fácil. [Si te interesa, en esta entrada y en esta te cuento sobre mis
experiencias con este tema].
El cambio requiere aprender
a vivir desde el nuevo lugar en diferentes situaciones. Quizás podés sostener el cambio de punto de vista
mientras estás tranquila tomándote un té, durante tu clase de yoga, en la
caminata por la playa… pero… ¿y qué del momento cuando todo explota en el
laburo? ¿Y cuando tenés una discusión con tu pareja, tus hijos o una amiga? ¿Y
cuando tenés una entrevista, reunión o conferencia importante? ¿Y parada en 10
centímetros de taco durante una fiesta en la que no tenés dónde sentarte? [Mi consejo básico para
estos casos sigue siendo el de esta entrada, pero vamos a explorar cada uno de estos casos en futuros blogs.]
Es frustrante, lo sé. Ir de tu postura actual a tu mejor postura es tan simple como dar un
paso… pero ese paso es tan monumental en su poder de transformación que
quedamos paralizadas con el pie en el aire. Tenemos la herramienta y las
direcciones para cambiar, pero no nos animamos a empezar a caminar. Ya no
podemos volver atrás y hacernos las que no sabemos cómo cambiar, pero tenemos miedo a fracasar. En ese espacio que no
es ni acá ni allá aparecen las dudas: “¿Y si quedo rara? ¿Y si me critican? ¿Y si
lo estoy haciendo mal y me lastimo más? ¿Y si no me gusta en lo que me
transformo? ¿Y si trato y no me sale?”
¿Qué hacer entonces? ¿Con
qué brújula te orientás en este nuevo territorio?
Este blog ya está más que largo… exploremos estas
preguntas en el próximo.
sábado, 1 de marzo de 2014
Arranca el año académico, y en Uruguay eso quiere decir que el año arranca
para todos… (y que termina finalmente de “arrancar” después de Semana Santa… es
así, nos tomamos nuestro tiempo acá).
¿Qué significa esto para muchas personas (incluyendo a
quien escribe)?
Estrés… que se
continúa por varias semanas.
¿Qué forma específica del estrés?
Estrés de agenda (es ese que te agarrás cuando tenés
que coordinar nuevamente tu agenda, con la de tu pareja, la de tus hijos, la
del laburo, la del colegio, la del profe particular, para que todo el mundo
esté donde tiene que estar a la hora indicada.)
¿Por qué es que coordinar agendas produce tanto estrés?
Decisiones, demasiadas decisiones, y no todas
dependen de tus preferencias o tus tiempos para concretarse.
¿Tengo la solución que quitará el estrés de esta época
del año?
Desgraciadamente,
no. Me temo que, por lo menos por ahora, voy a tener que aceptar que es parte
de la Vida, y sobrevivir lo mejor que pueda.
Todo comienzo, (ya sea del año, de un nuevo proyecto, un nuevo
hogar, un nuevo integrante de la familia… o lo que sea) va a poner a todo tu sistema bajo estrés.
¿Por qué?
Porque todavía no tenemos rutinas (o sea, hábitos) para manejarlo. Es
un nuevo estímulo que está desafiando tu statu-quo, tu punto de equilibrio
actual. Todos tus previa y cuidadosamente planificados sistemas y rutinas son
puestos patas para arriba, y todo lo que no esté enraizado con fuerza en ti, se
volará con los vientos del cambio.
Es en estos momentos que nuestros hábitos más
arraigados saldrán a ayudarnos a economizar energía… y no siempre con los
mejores resultados.
Nuestros hábitos más arraigados son tan fuertes que ni nos damos cuenta que los
tenemos; son parte de nuestra definición personal. En momentos de estrés, si
sos un fumador, fumarás más, si sos de preocuparte, te preocuparás más, si sos
de comerte todo, chau-chau dieta balanceada.
¿Por qué tiene que ser así?
Una vez más la respuesta es, la fatiga por toma de
decisiones. Mientras estás intentando lidiar con el factor-estresor, toda tu
energía mental y moral se usa en esa lucha, y no queda ningún poder
auto-regulatorio para otras áreas. Estás demasiado cansada para cocinar una
cena equilibrada (a no ser que comer sano sea tan natural para ti que no te
podés imaginar no haciéndolo) así que acabás llamando al delivery o saliendo a
comer por ahí. Estás demasiado cansada para mantener tu rutina de ejercicio
físico (a no ser que vivir sin moverte sea inconcebible para ti) así que te la
salteás por una semana… o más.
¿Qué hacer con esto?
Para arrancar, no
trates de cambiar demasiadas cosas todas juntas. Elegí 2… y encará cada una
según sus características.
La primera está
decidida por ti, es eso que ya está pidiendo tu atención. Es eso que te está
causando tanto estrés ahora, y que sólo tú podés solucionar (o sea, nadie puede
arreglar tu agenda por ti). Ese estímulo al cambio viene de afuera, viene de tu
contexto. La cantidad de estrés que te generará va a depender de tu
personalidad y las características de tu situación en particular (o sea,
cuántas pelotas tenés en el aire al mismo tiempo).
Estos tipos de
cambios son urgentes (aunque no siempre ni necesariamente importantes). Se te
aparecen de repente, sin previo aviso, y no hay mucho que puedas hacer para
anticiparlos.
La segunda área de cambio es aquel estresor que te
pusiste tú a ti mismo, para mejorar tus condiciones (tu salud, tu postura, tus finanzas, tus relaciones,
etc.).
Estos son los tipos de cambios
que son importantes, y producen satisfacción a largo plazo. Pero como no
siempre parecen urgentes (lo cual no significa que no lo sean), tienden a ser
pospuestos hasta que logremos terminar de solucionar la última crisis de
nuestra agenda (el problema es que, lo más seguro, para cuando se acabe una
crisis haya levantado las orejas una nueva… así es la Vida… y tú seguís posponiendo
el cambio que debés hacer).
¿Cómo podés hacer para mantener tu trabajo en el
cambio positivo cuando la Vida te manda otro pelotazo de crisis-de-agenda?
Conseguí ayuda, del
tipo que te permite crear rutinas que inducen el cambio.
La ayuda de este
tipo viene en muchas versiones, dependiendo del tipo de cambio que estás
intentando: un grupo, un amigo, una clase, un terapeuta, un maestro, un coach,
una cocinera, una niñera (¿se entiende?). El punto importante es que te saques
un poco de la angustia-por-decisiones de tus espaldas, delegando algunas de
esas decisiones a alguien que está mejor preparado para cargar con ellas… y así
tú te podés concentrar en lo que es esencial del tema.
Es por esta razón
que tomamos clases, nos unimos a grupos, vamos a cursos y talleres, etc. Lo que
queremos son los resultados y felicidad de hacer algo para nuestro beneficio…
con sólo la cantidad de pensamiento y decisiones que podemos manejar en ese
momento, y así evitar quedarnos completamente ahogadas y paralizadas bajo un
alud de minucia.
Por ejemplo, cuando
comenzás a tomar clases de algún tipo de baile, ya es lo suficientemente
complejo lidiar con la adquisición del conocimiento en sí mismo de algo nuevo.
Uno es un principiante, y es bastante complejo ya el tener que saber cuál pie
apoyar dónde, en qué secuencia, tiempo, ritmo, emoción, etc. No querés, además,
tener que estar decidiendo qué música poner, cuál paso aprender luego que
construirá sobre la base del actual, cómo encontrar una hora, lugar y compañía
para tu período de aprendizaje, etc.
Ir con un profesor
a tomar clases (ya sea de forma individual o en grupo) te saca la
responsabilidad de tener que tomar decisiones superfluas a lo esencial: tu
trabajo es ser el alumno y aprender el baile (eso es lo esencial)… del resto,
de toda esa planificación y organización, se encarga tu profesor, pues para eso
está preparado en lo que enseña.
Encarar el esfuerzo
de cambio en buena compañía te ayuda a mantenerte motivada durante el proceso
(a pesar de cualquier locura de tu agenda u otro estresor externo).
Le da orden a tu
vida al crear una rutina que podés seguir sin tener que tomar ciertas
decisiones que te roban energía (por ejemplo, las clases con los lunes a las
2pm, y punto, no hay discusiones al respecto). Esto significa que tenés más
energía para encarar el cambio en sí. También te ayuda a crear un hábito de
cambio: te pone los pasos en orden, te da un tiempo y un espacio para
practicar, te desafía para que llegues al próximo nivel de logro.
Entonces, ¿qué estás esperando?
La Vida no va a dejar de mandarte pelotazos. Quizás,
lo que tenés que aprender es cómo atajarlos y devolverlos sin pestañear, con
gracia, elegancia y una sonrisa.
¡Así que dale! ¡Elegí tu cambio y encontrá tu grupo o tu profesor! Volvete
un Maestro del Cambio.
--
Si hacer algo sobre
tu postura era uno de los cambios que te habías propuesto para este año, no te pierdas los Talleres de Postura.
A pedido de varios que se quedaron sin poder participar en febrero, agregué
días y horarios en marzo.
La información ya
la envié a mi lista de contactos. Si no
te llegó o te la perdiste, mandame un email a vstanham@gmail.com y te la envío.
--
Image credits:
"Back To School" by samarttiw
/freedigitalphotos.net
"New Life Or Old Life" by
mrpuen /freedigitalphotos.net
"Man Sleeping On The Couch" by
artur84 /freedigitalphotos.net
"Urgent Stamp" by Stuart Miles
/freedigitalphotos.net
"Important Stamp" by Stuart
Miles /freedigitalphotos.net
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