miércoles, 1 de febrero de 2017


Estimulando el autoconocimiento y la autoconfianza a través del movimiento natural y la realineación postural.

Hace años que les doy clases de inglés a adolescentes. Los veo venir, con sus cuerpos y sus psiques en constante cambio. A muchos los acompaño durante años y los veo crecer de niños grandes a jóvenes adultos.

Es a los 15 o 16 que empiezan las primeras quejas sobre dolores de espalda y cuello. Los veo hacerse unas moñas corporales, totalmente colapsados sobre el libro o cuaderno. Me cuentan algunos que van a hacerse masajes todas las semanas. ¿Tan jóvenes?

La mayoría de los adolescentes, si les das la opción, se quedarían vegetando en un sillón, mirando tele o jugando con el celular, en un eterno letargo que parece retroalimentarse cuanto más se practica. Y es que la falta de movimiento genera un círculo vicioso, que produce mala circulación y acumulación de toxinas metabólicas, lo que a su vez tendrá como consecuencia más letargo, sensación de pesadez corporal y, por ende, aún menos disposición al movimiento.

El problema es que moverse en la adolescencia dejó de ser un placer y pasó a ser un deber. Los niños chicos están llenos de energía y mayormente faltos de malos hábitos posturales. Pero a medida que crecemos y dejamos de movernos como la naturaleza nos diseñó, y empezamos a movernos más según un programa externo, moverse deja de ser una herramienta de autodescubrimiento y pasa a ser, en algunos casos, una herramienta de tortura. Muchos adolescentes detestan el ejercicio físico, aunque lo practiquen, porque no está asociado al placer de moverse y descubrir su potencial, sino a competir, juzgarse, dominar el cuerpo, o a una imposición del sistema educativo y de una sociedad que valora los cuerpos flacos y tonificados.

Crecemos desconociendo nuestro propio cuerpo, sus estructuras y sus funciones. Por tanto no le brindamos los estímulos que necesita para regenerarse y prosperar, y en vez le ofrecemos estímulos para los que no está correctamente organizado ni preparado. El resultado final es generalmente el dolor, la contractura, la tensión y a veces la lesión… que de paso nos inmoviliza aún más. En los hechos, el comentario que más recibo de mis alumnos adultos de reeducación postural consciente es: “¿por qué no me enseñaron esto de joven?”

Una buena postura tendría que ser lo más natural para todos…

La estructura, la función y el estímulo son interdependientes. En otras palabras, nuestro cuerpo (estructura) está diseñado para el movimiento (función) usando la gravedad (estímulo) a su favor.

Todos los seres que poseen una columna vertebral utilizan la presión hacia abajo que genera su propio peso para generar una contrapresión elástica que los impulsa hacia arriba y adelante.

Esta presión-contrapresión elástica y rítmica, que se transmite de cabeza a pies y de pies a cabeza, depende, para su transmisión fluida, del movimiento proporcional y armónico de todas las partes del cuerpo. A lo largo de la evolución de los seres vertebrados se desarrollaron ciertas configuraciones de movimiento que permiten este fluir ininterrumpido, resultando en un movimiento global eficiente y económico en esfuerzo.

Para mantener un sistema músculo-esquelético sano y que lleva a cabo un movimiento eficiente, es necesario un sistema nervioso ágil y despierto, que coordine todas las partes del cuerpo en una alineación postural continua y coherente.

Cuando se adormece esta cualidad autoperceptiva del sistema nervioso, ciertas partes del cuerpo se pierden del mapa perceptivo, lo cual las lleva a no participar de los movimientos. Esta falta de movimiento es compensada por alguna otra parte, que aumentará desproporcionalmente el suyo para permitirnos seguir en la danza con la gravedad.

Pero, lo que era una melodía armónica de movimiento fluido, pasa a ser un montón de ruido entrecortado… y esta disonancia genera dolor, contracturas, lesiones, jaquecas, vértigos y una larga lista de quejas del cuerpo.

Una postura colapsada y rigidizada tiene además efectos sobre el humor y el estado general de ánimo.

Cuando el fluir de la presión-contrapresión a través del cuerpo no nos lleva hacia arriba, quedarse colapsado en un sillón, haciendo nada, pasa a ser una opción muy tentadora. Moverse duele, cuesta, el cuerpo lleno de toxinas metabólicas genera más letargo… y la descoordinación neuro-motora no hace del movimiento dinámico algo entusiasmante.

¿Cómo salir de este dilema?

Ya todos sabemos que es necesario moverse para potenciar la salud y el bienestar mental y corporal. El problema es que, en general, nos re-iniciamos en el ejercicio físico cuando ya estamos en un estado de descoordinación.

La primera consideración que deberíamos tener antes de comenzar a hacer cualquier ejercicio de impacto es asegurarnos que nuestra postura es lo suficientemente confiable para proteger las articulaciones más vulnerables: cuello, espalda baja, caderas, hombros y rodillas.

Si nuestra postura no está bien alineada vamos a estar cargando con tensión extra, vamos a realizar más esfuerzo del necesario, y además corremos el riesgo de lesionarnos.

Para lograr una buena integración postural hay que desaprender estrategias adquiridas que resultan poco eficientes y redescubrir formas de organizar e integrar posturalmente nuestro tronco, cabeza y miembros que se asemejan más a las estrategias que utilizamos de bebés.

Pero, a diferencia de en aquellos primeros pasos, el re-aprendizaje en el adolescente y el adulto requiere de conciencia, en especial de la autoconciencia y autopercepción, ya que para darle lugar a nuevas formas  es necesario inhibir hábitos muy practicados.

Más el resultado vale la pena: lograr movernos con placer nos vuelve más dispuestos hacia el movimiento y nos inspira a redescubrir y conquistar nuestro potencial.


- Victoria